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lunes, enero 7

EL LIBRO DE VIRGINA VALLEJO EN CLAVE POLÍTICA


Después de leer el libro “Amando a Pablo, odiando a Escobar”, y habiendo hecho en mi anterior “post” un somero análisis en clave histórica, convendría decir algo sobre el significado y las consecuencias políticas, si las tiene, de esta obra en el mundo político colombiano.

Primero, he de decir que la periodista es y ha sido muy conservadora toda su vida. Es una mujer de la clase media alta, educada en exclusivos colegios de Bogotá, amistades de clase alta, y metida en el mundo del periodismo con la ayuda de sus cualidades personales y de amigos, periodistas y políticos conservadores como Arturo Abella, Álvaro Gómez, y otros conocidos de mediados de los años 70 y primeros de la siguiente década.

No es seguro que tan holgada era la situación económica de su familia, pero con alguna seguridad y por causa de su belleza, y sus apellidos (cosa muy importante en Colombia) tuvo los apoyos necesarios para su éxito profesional. Su matrimonio con David Stível aseguró un afianzamiento en las relaciones sociales de la Bogotá de los 70’s. Pero su conservadurismo, las amistades y su valía personal la lanzaron a la fama.

La óptica conservadora de Virginia Vallejo y su cercanía a personas de éxito financiero son un Cocktail difícil de conseguir pero no extraño en esa capital que se mueve entre la pobreza de los barrios del sur y la opulencia de los ricos barrios del norte.

Ahora recuerdo a un presentador de noticias de finales de la década de los años 70, un señor Camargo, que terminó viviendo en la calle del Cartucho, una calle famosa por albergar primero a los alcohólicos (piperos, se les llama en Bogotá) y con los años a todos los marginados presas de las drogas y otras adicciones, el fracaso y la ruina personal, que en Bogotá llaman despectivamente “los desechables”.

Esto quiere decir que Virginia Vallejo, si no hubiese tenido cuidado, muy fácilmente había caído en ese abismo, cosa que vi varias veces en amigos y familiares. La separación entre el éxito y el más rotundo fracaso es una delgada línea casi imperceptible cuando la soberbia no deja ver la realidad en su justa medida.

GEISHAS A ORILLAS DEL RIO MEDELLÍN Y EL RIO CALI

La actividad que Virginia Vallejo despliega para evitar la guerra entre cárteles ó el asesinato de líderes políticos, su actividad como espía no declarada, el análisis de los pros y los contras tanto frente a Escobar como a Rodríguez, sus conversaciones con El Mexicano, conservador como ella, es similar a la actividad de las Geishas de Tokio y Kioto, que finalmente fueron recompensadas por la corona imperial japonesa por sus servicios.

Como las geishas del Japón de los años 30 del siglo XX, las bellas profesionales de la farándula y la televisión son el plato preferido de los magnates y ricos hombres ganaderos y hacendados. Se cuenta que la labor de las geishas fue definitiva para el manejo del Estado por parte del emperador. La guerra de intereses y cuotas de poder con los antiguos hombres de la guerra representados por el shogun , gobernador de facto de amplios territorios del Japón, durante la mayor parte del tiempo entre el año 1192 y el principio de la Restauración Meiji en 1868. Virginia Vallejo dice que la guerra entre los cárteles se debe a la influencia de algunas mujeres al interior de esas organizaciones, entre las que destacan la esposa de Gilberto Rodríguez y las amantes de otros narcos.

Como vieron a las geishas los nobles y generales japoneses, los narcotraficantes colombianos vieron a las presentadoras de televisión y actrices como sus símbolos sexuales y envidiables piezas de caza. Lejos de actuar como vulgares prostitutas, las geishas japonesas prestaban sus servicios como acompañantes femeninas, educadas en diferentes disciplinas y actuaban en una combinación de psicólogas, secretarias, azafatas, y objeto de deseo.

Ese papel es efectivo si el hombre es capaz de reconocer el valor de mujer y es posible entender como las esposas japonesas no objetan el que sus maridos usen los servicios de una geisha. Incluso si hay sexo entre cliente y geisha, la esposa puede hacer la vista gorda pues la geisha no es una vulgar prostituta. Esa forma de percepción en civilizaciones judeo-cristianas no es entendible, pues en ellas, el sexo es considerado pecaminoso, delictivo, mal visto por Dios si no se hace uso de él como actividad reproductiva.

Pablo Escobar dio el papel de geisha a Virginia Vallejo, y los demás hombres que desearon a esta bella mujer actuaron de forma similar. Pero no era la única geisha al servicio de ricos narcotraficantes. Muchas mujeres jóvenes y bellas, con educación universitaria se dieron a la tarea de “cazar” narcos. En las familias venidas a menos, con bellas hijas, no era raro encontrar a madres dadas con ahínco a la tarea de casamenteras de sus hijas. Con el permiso de la “sociedad”, los hijos de narcos empezaron a tomar como esposas a dueñas de sonoros apellidos de noble historia y menguadas cuentas bancarias.

Tanto en las provincias de la costa atlántica como en el centro del Valle del Cauca, era comidilla diaria las historias de familias de abolengo resucitadas por el fresco olor de los dólares nuevos.

La idea de que las geishas eran prostitutas de clase, la trajeron a América los soldados norteamericanos pues en efecto muchas de estas se hicieron pasar por aquellas, de la misma manera que actualmente hay soldados imperiales Romanos para el consumo de los turistas en la ciudad eterna. Los soldados no podían sino creer lo que les decían sus nuevas acompañantes, de la misma manera que pobres con ilustre apellido intentaron “vender” abolengo a incautos narcos completamente desinformados de la situación social colombiana.

Mujeres como nuestra Gloria Gaitán, actuó como amante de Salvador allende y como una inteligente y preparada geisha, hizo feliz al socialista chileno, quien escribió sobre el pensamiento del padre de Gloria, esperanza de miles de colombianos y hasta de narcos señalados como Gilberto Rodríguez, según apunta Virginia Vallejo.

Lo mismo se dio en la Italia de la posguerra, cuando enormes y fornidos soldados norteamericanos se acercaron a las bellas europeas, empobrecidas por la contienda, cambiaron sus novios por la necesidad el momento. No era extraño ver matrimonios entre militares norteamericanos y chicas europeas, algunas de noble cuna, que deseaban huir de la miseria.

A mediados del siglo XX, cuando el gobierno Colombiano encargó buques de guerra al gobierno sueco, una importante representación de marineros de baja graduación, suboficiales y algún oficial, pidieron permiso para contraer matrimonio con ciudadanas suecas. La gran mayoría de esas chicas era de clase humilde, y algunas de empobrecidas clases medias. Por el cambio de la moneda del fuerte peso colombiano a las coronas suecas, ese marinero mostraba un poder adquisitivo que no correspondía a los ingresos de aquel hombre.

No tardó en desinflarse el globo, y casi todas las suecas tuvieron que regresar a su país con el signo de la derrota en sus rostros. Lo mismo que a muchas colombianas deslumbradas por la riqueza de los nuevos ricos, sus globos comenzaron a desinflarse cuando la guerra entre carteles y la embestida del gobierno colombiano obligó a los narcos a tomar partido entre los “pepes” (perseguidos de Pablo Escobar) y el cártel de Medellín.

Las suecas regresaron a su país y nunca estuvieron en peligro de muerte. Sólo sufrieron el desencanto, el guayabo ó la resaca de una borrachera afectiva que sufrieron ellas y sus parejas y su papel de geishas nórdicas dejó una profunda huella en la historia de la armada colombiana.

Diferente situación la que tuvieron que sufrir las muchas modelos, periodistas y otras profesionales que murieron a manos de sicarios de facciones contrarias.

La principal causa política de los horrores que cuenta Virginia Vallejo en su libro es sobre todo la injusticia inveterada, el reparto inequitativo de las riquezas de un inmenso país, las oportunidades arrebatadas a sangre y fuego a una población con los ojos vendados, la marginalidad vista por toda la población como hecho “natural” que viene de Dios puesto que en la Biblia se habla de siervos y señores escogidos por él en medio de un “orden natural de las cosas” y que el color de la piel es un estigma ordenado desde los cielos, cosa que no es atribuible a los hombres.

Todo esto ha desembocado en un país manejado por las mafias que han heredado por benevolencia de Dios todas las prebendas que las familias romanas incluyeron en su civilizado imperio y que no ha sido contestado desde la razón hasta Marx y Engels hasta el siglo XIX.

Si bien la autora es una mujer conservadora, no deja de apuntar que precisamente la actitud del Pablo que ama y el Escobar que odia, ante la sórdida existencia de seres humanos desplazados en medio de un basurero gigantesco, le roba el corazón por esa entrega que un bandido, aunque nutrido con dineros del narcotráfico, como un Robin Hood, hace una redistribución que ni el Estado ni los ricos magnates de la industria, ni las hacendadas familias se atreven a hacer, ignorando quizá la existencia de una Colombia pobre y desheredada.

Eso no la convierte en una mujer de izquierda. Pero denuncia la avaricia de una sociedad que amasa riquezas en presencia de un pueblo hambriento sin el menor rubor. Esto tiene connotaciones políticas pero no alcanzan a ser revolucionarias. Casi al final del libro describe las dentelladas del hambre que la muerden como lo hace en millones de sus compatriotas. Se ha quedado sin recursos financieros, ella que tuvo acceso a millones, porque la sociedad sabe castigar a los furtivos. Ella es parte de los “nuevos ricos” sin haber tomado partido en medio de una guerra espantosa en la que el Estado, aliado con la delincuencia políticamente correcta, avisa para el futuro que no va a tolerar un desequilibrio que permita tener tierras y dinero a quien no pertenezca a las familias de siempre.

La defensa de los clanes es potestad del Estado y el “orden que Dios ha impuesto” será defendido a sangre y fuego. Es el camino político que ha sido trazado desde la colonia, y el puesto en la sociedad hay que ganárselo con el sudor y la ayuda de Dios. No importa como ha sido ganado ese derecho, pero hay que contar con él y tener la raza y color de piel que Dios ha estimado conveniente.

Es por lo mismo que las sociedades europeas han crecido al ritmo de las guerras. El mundo entero es un epifenómeno de la historia del viejo continente. La iglesia y la delincuencia organizada, además del conocimiento y la filosofía son importantes motores del desarrollo. Que los grupos de narcotraficantes hayan tenido a bien tomar el Estado como parte de sus bienes es lo mismo que los Borgia ó los mercaderes venecianos tenían que hacer.

Hoy en Colombia, las cosas siguen igual que a principios del siglo XX, con la diferencia significativa que los trabajadores creen ser parte del Estado, los pobres de siempre creen que hoy hay más paz y más dinero, las mujeres creen que son más libres y el yugo del machismo es cada vez menor. Que el marxismo se acabó porque la libertad lo destronó, que el futuro es el mercado y la ausencia del Estado para que en su lugar las empresas que el mismo narcotráfico nutre tomen el puente de mando de una sociedad “libre” sin las ataduras de un Estado intervencionista. Las metas del neoliberalismo son las mismas que tienen los carteles de la droga. El petróleo ó la cocaína son sólo mercancías que deben ser manejadas por los hombre libres pero con el permiso de los clanes de cada país. El negocio no es decente hasta que no está en las manos adecuadas. Una vez lo tienen los grupos raciales y sociales adecuados, las cortinas de humo entran a ser efectivas.

Es notorio como los medios norteamericanos hacen aspavientos por los crímenes de personas como Escobar, pero ven con laxitud al infame trío de La Azores. Como mucho se permite describir “la otra forma” de ver la guerra de Irak pero no se hace mucho por mostrar a la juventud norteamericana que la cocaína y el petróleo son vistos por su clase dirigente como meros activos industriales que financian el bienestar de un país que necesita ingentes cantidades de dinero. Pero que a la hora de los incendios ó los huracanes esas riquezas no están en las manos que todos esperan.

Es imposible hacer un análisis político de las denuncias de un libro sin mostrar a los verdaderos involucrados. Incluso los que no muestra espesamente el libro. Pero la autora sí que los muestra.

La actividad del general Maza, el jefe de la policía política del gobierno colombiano, las llamadas fuerzas de seguridad del Estado, aliadas para asesinar al único político serio que quiere desde las altas esferas hacer una mejor política social. Eso, más el deseo de introducir la “extradición” gana enemigos para Luis Carlos Galán entre los narcotraficantes y los políticos de su misma clase política.

Casi al margen, los grupos guerrilleros no hacen otra cosa que bailar al son de la música que la clase política de siempre interpreta para ellos. Tanto el M-19 como las FARC no hacen parte en la acción principal, salvo cuando hay la toma del Palacio de Justicia. Pero en el libro, ella dice que Iván Marino Ospina, jefe del grupo, ha cobrado un millón de dólares a Escobar por esa acción. Es cierto que en el libro, la autora describe como el mismo Escobar dice que lo sucedido allí es un crimen que no hace parte de sus deseos y que la desgracia de esos días de noviembre de 1985 se deben a la codicia de oficiales del ejército colombiano que manejan una información que Escobar dice es infundada. Se trata de muchos millones de dólares que supuestamente el cártel de Medellín ha entregado a los guerrilleros.

Eso desencadena la matanza que durante varios días se lleva a cabo en el interior del Palacio. La gente que sale viva, es rematada afuera por las fuerzas de seguridad del Estado y apartan al presidente de la república del mando de las fuerzas armadas, en un golpe de Estado no declarado pero efectivo.

La vergüenza de Virginia la expresa con la historia que nos cuenta, sobre el recado que lleva a Ana Bolena Maza enviado por Gustavo Gaviria. Dice que le da una lección de dignidad. La negativa de Ana Bolena fue lo que no hizo Virginia. Ni miles de colombianas deslumbradas por el dinero que apareció de repente. Sería hipócrita que los europeos ó norteamericanos se atrevan a tirar la primera piedra. El amor por el dinero antes que el amor por las personas va ganado terreno en los campos de la tierra y de la mente. En todo el mundo esa actitud ha ganado terreno y no es raro que en Milán se adore tanto a los automóviles de Marca, en Madrid se despedacen por la fama ó la ropa de grandes firmas. Se muestran las cosas finas como un músculo adicional ó el principal de ellos. Pero la vieja Europa tiene anticuerpos para esas infecciones. No es así en Colombia, desgraciadamente.

Continuará….