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miércoles, marzo 16

UN CACHACO EN BARRANQUILLA






Mi padre me explica que es el acento. Yo le digo que lo que he escuchado en el portal de los dulces de Cartagena es muy bonito. “hablan como españolas” le comento y me dice que es diferente pero que también es muy bonito.

Con siete años, ese acento empezó a embrujarme. Cuando llegué a Barranquilla en 1960, tres años después, sin saberlo, estaba somatizando lo que es cosmopolitismo. Lo interiorizaba. Pero con esos apellidos tan extraños del colegio alemán, sabía que todo eso era muy nuevo para mí. No podía comparar con nada porque con 10 años no se sabe nada de nada. Estaba entonces embrujado por el acento. Lo que a un cachaco pequeño lo extrañaba, la historia del futuro se lo explicaría.

Borges descubre su Alef, y yo descubro Barranquilla. Para Borges, el Alef lo es todo, es el punto desde el cual se mira el Universo. Tal cual es Barranquilla para el pequeño cachaco. Solo que es real, el pequeño cachaco no sabe quien es Borges y todo se siente. El arroz con fideos, el bollo limpio, las carimañolas,…y con el tiempo, los carnavales, las primeras borracheras, los primeros amores, los primeros desengaños…las primeras escapadas a las casasde citas…el Alef del cachaco adolescente se hace cada vez más interesante.

Y es cuando el cachaco adolescente va al barrio abajo. Sitio prohibido por las clases altas. Colores y ambiente perenne de carnaval. Piensa el cachaco adolescente que las mujeres están disponibles para el sexo rápido y barato. Pero lo que este cachaco no conoce es la decencia y las buenas maneras. Así que el cachaco se estrella con la realidad. Conoce una vendedora de Almacenes Tia y la visita en su casa, en el centro de la ciudad, cerca de los almacenes. Estaba claro. No habría sexo fácil. Esa vendedora la conocí en el barrio abajo.

La ciudad más cosmopolita de Colombia, es de la costa norte colombiana. Por allí entran desde los fugados de las colonias penales de la Guayana francesa, hasta los árabes de Siria y El Líbano, pasando por los Holandeses, los Sefardíes de Portugal, y los Chinos de Cantón y Formosa, que llegaron a Panamá para trabajar en el canal. Todavía Panamá era un departamento colombiano, con el acento embrujador de casi todo el Caribe con matices en cada zona.

Mi Alef particular muestra una sociedad multirracial, multicultural y llena de vitalidad. Su himno es como para una plaza de toros, y lo canté, absorto, donde los pupitres al lado del mío lo ocupaban chicos con apellidos alemanes, chinos, árabes, y hasta rusos judíos.

En mi colegio, uno de mis profesores me pone en contacto con un loco que en Costa Rica tiene las mismas veleidades mías. Tiene apellidos español y chino. Jugamos por correo aéreo un partido de ajedrez. No lo terminamos. Con el tiempo me doy cuenta que se ha ido al espacio. Es un astronauta del trasbordador Columbia.

Vaya Alef tan dinámico. Sigo con las enseñanzas de mi padre. Tiene una Enciclopedia Británica y cada que le pido que me explique algo, lo hace, pero me indica como hacerlo en la enciclopedia. Me traduce pero me obliga a escribirlo en Inglés.

Vivo desde 1963 hasta 1967 cerca del centro filantrópico Hebreo. El barrio tiene muchos judíos y mi madre tiene un salón de belleza con muchas clientas judías.

Pero como un buen Alef, Barranquilla tiene Bahais. Ingleses e iranís están en Barranquilla tratando de ganar adeptos para su fe. Tenemos una relación muy estrechacon ellos. Cuandun matrimonio Ingles de Bahais se marcha a Centroamérica, están sus días finales de Barranquilla en nuestra casa. Un Ingeniero naval cubano me enseña a revelar fotografías en blanco y negro. Me regala todos sus artilugios y monto un cuarto oscuro en mi casa. Se va con su familia a Miami. No quiere nada con Fidel. Trabaja en la misma empresa de mi padre. Nunca mas supe de ellos.

Fuera, Moshe Dayan, con su tapaojo, gana batallas y una fugaz guerra a los palestinos. En la arenosa, esas cosas no pasan desapercibidas. Hay gente de todas partes y la tensión se nota primero en los colegios y las universidades. Pero en las casas, mis compañeros “turcos” (es así como se llama a los de origen sirio libanés) acusan una fuerte presión. Mi padre está a favor de las gestas de Moshe Dayan. Yo estoy con los “turcos”. Pelea asegurada. Mis padres tratan de que no se note entre los vecinos mis derivas políticas. Así que me envían donde un amigo suyo, judío, para que acomode mis cargas ideológicas. El hombre se deshace en elogios hacia mi padre. De tal manera que me convence de no seguir peleando con el ambiente. En el horizonte también está la guerra de Vietnam.

Muchos años después, en el sur de Holanda, un sábado, cansado de conducir, voy a un pequeño restaurante de carretera. En el bar, mientras nos sirven el menú, veo una foto de Omar Sharif. El dueño del bar me pregunta de donde somos. Cuando le digo que somos colombianos, estalla en abrazos y besos. Me cuenta que es primo hermano de Omar Sharif, y que durante la guerra del 67, la madre y una hermana de Omar Sharif se fueron a Barranquilla. Me contó otras cosas pero no las recuerdo. Nunca pude comprobar esa historia.

Otra muestra de mi Alef. Mi abuelo materno, en los años 20 viajó a Barranquilla con el objeto de viajar ala Argentina de Hipólito Irigoyen. Nunca viajó. No pudo hacerlo y a mediados de los 60, vino a ver a su familia en Barranquilla. Estaba tremendamente alcoholizado. Me contaba que en Argentina las mujeres eran muy bellas. Entre trago y trago de Fala, y entre sollozos embridados por su machismo, me dijo que no se perdonaba no haber ido a la Argentina. Cantaba tangos con el despecho de un Gardel embrutecido por el alcohol. Me habló de la Calle Caminito, del gran puerto fluvial de Buenos Aires, de lo parecido del Magdalena y el río de la Plata, de su soñado Buenos Aires y mi amada Barranquilla. Quizá lo vio en fotos y periódicos de su juventud.

Con los años, viví en Cali y Madrid con una bonaerense. De esa relación nació mi hija pequeña. Ella viajó muchas veces a Buenos Aires. Le pedí a su madre que la llevara a la Calle Caminito. En el barrio de la Boca, el centro de la inmigración argentina, mi hija se hizo muchas fotos. Mi abuelo no viajó nunca a Buenos Aires pues murió en Cali atropellado por un vehículo. Pero su nieta sí lo hizo… la sangre de mi abuelo sí llegó al Rio de la Plata. Fue el triunfo de un aventurero que fue rico, fue pobre, fue poeta, fue alcohólico y soñador. Los sueños que lo llevaron a Barranquilla cuando mi madre aún no había nacido.

En mi colegio, manejado por hermanos de la orden de San Juan Bautista de la Salle, todos de origen español, me contaban de las bellezas que Franco había hecho de España. Un día, en el teatro Metro, se presentó la compañía de zarzuela de Faustino Martínez. Ese día conocí al profesor Assa. Pero no supe hasta mucho tiempo después, que perteneció a las brigadas internacionales que lucharon contra Franco. Pienso ahora, en la riqueza de la vida interior del profesor Assa. Ese hombre nacido a orillas del Bósforo, turco de verdad, iluminó nuestras vidas. Cuando con mis amigos, iba al concierto del mes, su acento extranjero y la potencia de su personalidad los vi muchas veces en efervescencia. Una vez, llegó un pianista, y el piano estaba dañado. El pianista y Assa, herramientas en mano, repararon el piano a tiempo. Dijo entonces al público en la noche: “A quien le gusta la música y es prestante, hace un piano de una cacerola…”

Me hubiese gustado mucho decirle a los hermanos de La Salle, que ellos y sus padres, aunque ganaron la guerra civil española, Assa estaba allí para dar un testimonio al mundo de su enorme fuerza espiritual y de aquellos que lucharon contra los fascismos del mundo que todavía hoy abundan en este planeta.

Recuerdo ahora el cuento de mi padre con lo de la carta a García. Assa lo puso en práctica ese día. Mi padre siempre me habló de esa carta y lo que significaba. Algunas veces lo puse en práctica, cuando en el pacífico, en medio de un mar embravecido tomé decisiones que hoy agradezco. Pero otras veces no di la talla. No fui capaz de darme cuenta que yo tenía en mis manos la solución y no podía contar con que otro lo hiciera por mi…

En aquella época, no se tenía como hoy la certeza de que los buenos hábitos en la alimentación y las costumbres son las piezas invaluables de nuestra salud. Así que mis amigos y mis padres íbamos a veces a Soledad, cerca de Barranquilla, con el desanimo de mi madre, a comer fritanga…beber gaseosas y alcoholes de la fábrica de licores del Atlántico. Con 15 años ya empezaba a ir a las fiestas de cumpleaños de mis amigos a emborracharme. Solo que no bebía y no fumaba. Pero no lo contaba a mis amigos para que no se burlaran de mí. Alguna vez si me emborraché hasta perder el sentido…pero nunca fumé…

Con la música me pasaba lo mismo. Todo el día estaba escuchando Radio Piloto, hoy radio Aeropuerto. Pero con las idas a los bailes me entusiasmé con los vallenatos.

Recuerdo “Alicia Adorada”, “la casa en el aire” toda esa poesía del maestro Escalona, pero además comenzaba a gustarme el embajador del piano, Ricardo Ray…así que Vivaldi, Mozart, Hendel y Bach pasaron a un segundo plano. Ganó Barranquilla un cachaco más para sus costumbres. Nada raro en una ciudad que es la primera en Colombia en muchas cosas.

Mi madre sí fue siempre devota de las buenas costumbres alimenticias y siendo una cachaca de Cali, también estaba encantada con Barranquilla. No recuerdo como, ella resultó amiga del Yoga, de una manera casi religiosa. Así que comenzamos a ir a la academia de yoga de Hugette Frost. En casa, por las mañanas hacíamos “el saludo al sol” que es una sucesión de posturas de resistencia. Las compras de alimentos en el Mercado del Barrio Boston cambiaron. Ya había más verduras y menos carnes. Más pescado que carnes. Sabía que los padres de mis amigos o sus madres iban al Caño de la auyama, donde estaba el mercado municipal, y recuerdo también un trabajo que hicimos en el colegio sobre como rehabilitar aquella zona.

Mi vinculación con el yoga llegó a extremos que mis compañeros del colegio no soportaron. Algunos se interesaron pero otros me dijeron que era otra de mis locuras. De alguna manera, cuando todos ellos tenían muchos granitos en la cara y en la espalda, yo no tenía ni uno. Eso gustaba mucho a mis amigas. Aunque no dejaba de comer “vaca negra” en la heladería Doña Crema de Olaya Herrera. En esa esquina y en la tienda de la esquina de unos árabes en la 85 con Olaya Herrera pasaron muchas noches de conversaciones con mis amigos y de vallenatos y Beatles a todo volumen desde las casas de mis amigos.

Hubo una época en la que comencé a tomar partido por algunas cosas. Escuchaba por la radio a Gabriel Forero Sanmiguel. Con su verbo incendiario a veces, me tenía hipnotizado. Lo escuché entusiasmado muchos días. No volví a saber de él desde que salí de Barranquilla.

Pero escuchaba también a Caracol. Recuerdo a “los Chaparrines” pero no se si eran de Caracol. Alguna vez fui al estadio municipal a verlos a ellos en la noche, venían de Bogotá.

Recuerdo a mi amigo Roberto Perafán en su tarea de diseñar y dirigir la construcción de unas carrozas de carnaval. Por eso tenía que ir a la gobernación y a la alcaldía, y un día, se encontró con un concejal, medio borracho que le dio fuertes abrazos y palmadas en la espalda. La pinta del concejal era la de un camaján vestido a la usanza de los “duros” de esa epoca, con mocasines blancos, medias y pantalón que permitía ver las medias también blancas. Alguien que me acompañaba me dijo: “zipote de marihuanero el tal concejal…” luego Roberto nos dijo: ese imbécil no hace sino pedir plata…”. Luego me entero que es el famoso Urruchrtu, de Anapo. Pero que con el tiempo recuerdo con cariño sus encendidas intervenciones radiales…tampoco supe más de él…

Los carnavales de Barranquilla son quizá el recuerdo favorito de los curramberos. Como todos los carnavales del mundo, en New Orleáns o en Rio de Janeiro, la gente se disfraza muy bien y se pueden gastar autenticas fortunas en esos fantásticos vestidos. Pero en nuestro caso, con blue jeans, zapatillas deportivas y mucha, mucha maizena, desde el día de la batalla de flores, hasta el día anterior almiércoles de ceniza, el martes de carnaval, el final de la fiesta.

En la batalla de flores de 1965, mi amiga rubia y mis amigos, salimos por la avenida 20 de julio en un desfile con grandes camiones que arrastraban carrozas. Mi amiga se hizo, bailando, delante de las enormes ruedas de un camión. Aunque la velocidad era la misma que todos teníamos, ella perdió el equilibrio y la gran rueda de la derecha del camión atrapó su pié izquierdo. Como el chofer no advirtió el accidente, me lancé hacia el tren de ruedas del camión y, según me dice ella, detuve el avance. Fracturó el talón e inmediatamente levanté en brazos a mi amiga y la puse dentro de un carro para ir a un hospital cercano. Recuerdo que su padre por la noche me daba fuertes apretones de manos. Estuvo mi amiga como un mes con un yeso, pero su fiesta de 15 años estaba cerca y aún acusaba las consecuencias del accidente el día del baile de los quince años de la cumplimentada. No recuerdo que sitio asistencial era, pero mis gritos y mis nervios debe de recordarlos alguien..

Pero otros años fue más agradable. En mi recordada avenida Olaya Herrera, los llamados callejones, la famosa Cuartel y 20 de julio, donde mi amiga rubio se metió debajo de las ruedas de el camión, y en el paseo de Bolívar, salíamos grupos grandes de amigos, con disparatados disfraces, en medio de risas y grandes manotadas de Maizena. Alguna vez salí disfrazado de astronauta, con un casco de astronauta de plástico que un tío me había traído de Cali. En el coliseo cubierto había competencias al mejor disfraz y allí estaba yo con mi traje de astronauta…

En esa zona del estadio municipal se concentraba una cantidad de imágenes que se grabaron a fuego en mi cerebro. En la 72, llegando al estadio Municipal, estaba el Tomás Suri Salcedo. Recuerdo un gran restaurante chino en ese sitio. Vi allí muchos partidos de Basketball nacionales, universitarios... También partidos de Basketball de mi colegio contra otros colegios, campeonatos nacionales de ese deporte. Al frente del estadio estaba El Pez que Fuma, un restaurante muy famoso entonces. Allí y en El restaurante Brands, fuimos varias veces a comer. Recuerdo una vez que fuimos a comer a un restaurante cercano al Hotel Majestic. Mi padre viajó a Panamá varias veces y trajo muchas muestras de redes de pesca. Estaba diseñando un pesquero camaronero refrigerador. Recuerdo que las redes eran marca Momoi . También me trajo una grabadora. Fue la sensación en el colegio.

Había dos restaurantes que visitábamos muchas veces. El Mediterráneo y al frente La Italiana. Cuando llegamos de Cartagena, mis padres y yo cenábamos en La Italiana y recuerdo como mi padre comía extasiado un helado de Turrón de almendras que comía en su Universidad de Boston, USA. A mi me encantaban los espaguetis con carne y salsa de tomate. En el Mediterráneo, comíamos al medio día.

Pocos días después, me estrené como estudiante barranquillero en el colegio alemán. De Cartagena habíamos venido a una pensión de una señora alemana, Doña Dorotea. Ese encanto de mujer dijo a mi madre que me matriculara en el colegio alemán que estaba cerca de la pensión. Ocho años después volví a quedarme en esa pensión, pues mis padres se fueron para Buenaventura y yo no había terminado mi bachillerato.

En el colegio alemán estuve solo un año. Pero conocí a una niña rubia, como muchas de ese colegio, pero esta era muy especial. No era alemana sino holandesa. Cuatro años después estaría entre mis amigos de la esquina de Doña Crema. Esa niña me enamoró como nunca lo había sentido. Estaba yo muy pequeño, solo 10 años, para saber que estaba pasando por mi cabeza.

Con el tiempo, iba con mi amiga rubia a los conciertos del mes en Bellas Artes. Con mis amigos de esquina de Doña Crema, íbamos a los espectáculos de lucha en el coliseo cubierto. Recuerdo luchadores como Masámbula, El Santo, El Leon Pardo y otros que venían de México y Venezuela.

Con mi amiga rubia, íbamos a estudiar inglés al Boston School, cuya dueña era bahai, Betty Tumb y recuerdo que tenía sistema audio visual. Betty iba mucho al salón de belleza de mi madre. Era una persona encantadora. Me contó como un tío suyo era amigo de Alberto Einstein.

Siempre, tengo a la música como un fuerte vínculo con el pasado. Mis hijos, todos ellos, tienen en mi cerebro asociada una melodía. Con Barranquilla me pasa igual. En el patio de mi casa, tenía el tocadiscos, y recuerdo algunas noches, cuando Aaron Copland ó Stravinsky llenaban el ambiente. Durante el día, la radio sonaba con sus noticieros o las cumbias y vallenatos de moda. El jala jala de Richi Ray, el Alicia Adorada de el maestro Escalona….pero por las noches volvía a Vivaldi, Bach y Hendel.

Una de las imágenes que más me vienen a la mente es la del Tanque de las Delicias. Allí cerca está el colegio San Francisco. En ese colegio hicimos unas pruebas estatales y creo que fueron las primeras del ICFES. Pero por alguna razón cuando escucho la canción de los Beatles Norwegian Woods, de Lennon/McCartney, me viene a la mente la imagen del tanque y del colegio San Francisco. Sonidos e imágenes de una época irrepetible. Todo esto ha moldeado mi mundo y mis recuerdos de infancia y juventud en una esquina del mundo. Donde como un personaje de Borges, encontré un Alef, una ciudad que era todo un universo.

JJMM