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viernes, octubre 14

Se necesita un nuevo concilio para la Iglesia católica



En la radio, esta mañana he escuchado algo sobre los concilios de la iglesia católica y especialmente sobre el Papa bueno, Juan XXIII.

Y es por lo inesperado de su actuación, que dejó tal impronta en la iglesia católica que hoy vemos al Papa bueno como un gigante sobre cuyos hombros podremos ver más hacia el futuro.


Podría decirse que por cual razón un ateo como yo glosa la figura de un Papa. Muy sencillo. Es que no tener en cuenta que un grupo humano está allí, es no querer ver la verdad en todas sus dimensiones. Me guste o no, habrá católicos en este mundo. Pues que ellos mejoren en su filosofía no solo es bueno para ellos sino para mí.


Los concilios ecuménicos siempre fueron convocados contra alguien o contra un hábito de la misma iglesia. El Concilio Vaticano II fue convocado por Juan XXII para pensar. No para batallar.

Y ese papa que estaba allí, ya viejo y enfermo, como una formula de transición. El Papa Juan no vio terminada su convocatoria, pues en 1963, igual que Kennedy, murió con gran pesar por parte de sus seguidores. Recuerdo a la empleada de mi casa, una vigorosa barranquillera, llorar desconsoladamente por esa muerte.


Después ha venido una etapa de Papas que viven de espaldas al pueblo y si bien el espíritu de Juan XXIII era estar de cara al pueblo, de hecho desde ese concilio las misas se celebran con el sacerdote de frente a sus feligreses, el actual Papa, un falsario que es defensor de pederastas y de enemigos de los pueblos con poder. Este papa ha querido que la iglesia vuelva al rito tridentino, devolviendo la iglesia muchos siglos en su desarrollo.


En su juventud, Benedicto XVI perteneció a las juventudes hitlerianas y hoy, cuando convoca en Madrid las Jornadas de la Juventud, él se pone en medio para recibir los víctores que recibiera don Adolfo Hitler en la Almania de los años 30.

Tampoco vino a Madrid a visitar a la feligresía pobre, sino a los reyes y jefes de gobiernos de la mundanal política local. No vistió trajes sencillos y tocados humildes, sino costosas tiaras y uniformes caros, hechos por sastres espacialísimos.

No vimos los humildes trajes de franciscanos, o tajes de trabajo diario de los curas obreros de las barriadas pobres de Madrid. Los trajes de calle de esos curas que socorren a inmigrantes pobrísimos y a drogadictos que ricos narcotraficantes, todos seguros seguidores de una vida religiosa, han sembrado en las grandes ciudades españolas.

Por eso, es el momento, quizá con el siguiente Papa, de convocar un concilio Vaticano III, solo para pensar. Esta vez para devolverle el poder a la feligresía. Que las mujeres entren de lleno en la administración de la iglesia. Que puedan elegir y ser elegidas. Que sea desterrada esa ancestral e inveterada misoginia.

Esto, no es bueno para los católicos y cristianos no católicos, pero tampoco es bueno para los ateos de a pié. Porque no será un mundo mejor sino un mundo más crispado y menos llamado al dialogo. Un mundo más cercano al conflicto final. Y eso no lo quiero ni para mis hijos ni para mis amigos.

Que la pederastia y la criminal actitud de ciertos cardenales y obispos, con nombre y apellido continúen siendo una sangría financiera y de seguidores.

Los seguidores de los ultraconservadores evangélicos es una segura explosión del cristianismo y enj su conversión en una organización más fascista, más capitalista, y sobre todo, más criminal.

Por eso, no les extrañe que un ateo suplique un nuevo concilio.