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sábado, agosto 4

Aplico S. A.

No recuerdo si fue en el Amoco Cádiz o el Aragón. Ambos eran dos enormes superpetroleros construidos en los astilleros de Cádiz. Esos gigantes eran para cargar de más de 200.000 toneladas  de petróleo crudo. En esa época, la normativa no contemplaba cascos  dobles y la ruta de esos barcos era el Golfo pérsico y los superpuertos de Holanda y USA. En unas vacaciones de mitad de año, creo que en 1974, me fui a trabajar en una empresa de pintura que se llamaba Aplico S.A. Así que en cuanto pude, me puse un pantalón viejo y una camisa raída y empecé a mancharme de minio. Como era obrero primerizo, me pusieron al cuidado de otro mucho más veterano, tan veterano que lo primero que me dijo fue: “a mi me engañan con el sueldo, pero no con el trabajo”…por eso me enseñó trucos para evadir trabajo. Recuerdo su apellido: Camacho. Pero a los pocos días me dieron un cepillo eléctrico y me dieron una zona dentro de la enorme cámara de máquinas, para preparar superficies metálicas con minio, una capa de pintura previa al esquema de pintura definitivo.

Algún supervisor despistado, muy a las siete de la mañana escogió unos operarios para trabajar en una caja de cadenas. Eso es un enorme tubo donde se almacena la cadena de la gigantesca ancla del barco. Así que con un rodillo, y bajando con cuerdas unos tarros de pintura, me encontré solo,  pintando con rodillo la superficie de la caja de cadenas. No se puso la ventilación reglamentaria por el acelere del supervisor y Camacho no estaba vigilante a mi lado. Sin darme cuenta, comencé a caer en una ensoñación y me senté a jugar con las burbujas de la pintura. Afortunadamente, otro obrero se asomó a la caja de cadenas y me vió sentado…me gritó preguntándome que estaba haciendo.  Pero seguramente por mi actitud se dio cuenta que estaba en medio de una borrachera. Corrió a buscar un supervisor de casco rojo, que eran los encargados de la seguridad y la salud de los obreros. Cuando me dí cuenta, un grupo de personas de overol blanco, con caretas antigás, me estaban colocando un arnés, atado a unas cuerdas gruesas y amarillas. Me izaron y en una camilla me bajaron desde la superficie del barco al suelo del astillero. En una camilla me llevaron a una enfermería donde me pusieron una mascarilla de oxígeno. Cuando recobraba la conciencia, un supervisor, con una expresión de enfado y con un acento andaluz, gaditano  por más señas, me espetó: “oye chiquillo hijo de la gran puta… ¿se puede saber que coño estabas haciendo allí abajo?... te haz podido morir cabonazo…nos haz puesto a todos a mil…

Me dijeron que no viniese al día siguiente y que si me sentía bien, viniese al siguiente. Cuando llegué, me estaban esperando el dueño de Aplico, un representante sindical, el pobre Camacho, y hasta el supervisor de casco rojo que me ordenó bajar a la caja de cadenas. Me dieron una regañina larga y tendida. Pero al supervisor también le dieron un repaso.

Me dieron un overol azul, y órdenes para continuar mi labor. Francisco Franco estaba aún vivo y ya había entrado y salido por su propio pié a la clínica de La Paz, en Madrid. Por la televisión y los periódicos se habían encargado las autoridades de mostrar cuan fuerte y rozagante era nuestro caudillo.

Hoy, cuando se puede despedir un obrero sin el menor miramiento, con solo estar de baja dos semanas, y que peligrosamente obliga a los trabajadores ir enfermos a trabajar para no perder su empleo, es muy llamativo que el sindicalismo único –sólo había un sindicato y las CCOO y UGT eran prohibidas-   tuviese una mejor defensa de los obreros que hoy. Los medios contrarios a Rajoy dicen : “Franco ha vuelto”…yo digo que no es así…quien ha vuelto es Adolfo Hitler.