
PRESENTACIÓN DE ALFONSO MORCILLO
POR: JUAN JOSE MORENO (junio de 2005)
JJmoreno40@hotmail.com
EL CAPI MORCILLO...
Alfonso Morcillo Dosman era ante todo un gran profesional. Su cargo como capitán de la armada colombiana, junto a sus títulos de ingeniero y arquitecto naval, marcaron su vida y la de las personas que le rodearon.Yo fui una de esas personas que tuvo el privilegio de actuar como su ayudante en una época de esperanzas, cuando tanto él como yo apostamos por un país al que quiso siempre no sólo como militar sino ante todo como ciudadano. Esa apuesta la perdí yo, pero él murió esperando que las cosas cambiaran en Colombia y siempre esperó lo mejor para su país.
No puedo decir lo mismo pero esa era una de las cosas que discutíamos siempre, en una relación padre-hijo que siempre estuvo dentro de un ambiente de mutuo respeto y espero que en sus últimos días tuviese comprensión por ese hijo único que huía de las dificultades como las ratas del buque que se hunde.
Sé que él tomó lo de mi emigración como un fracaso personal suyo, siendo un fracaso sólo mío y una decisión largamente meditada por mi.
Alfonso había nacido en Palmira, 1923, un pueblo cercano a Cali en la provincia (departamento) del Valle del Cauca. Desde ese pueblo él soñó posiblemente con el mar y su hermano mayor, Luís Eduardo, le ayudó a salir en barco, por el río Magdalena hacia Cartagena previo paso por Barranquilla. Ya había muerto su padre, don Pedro Pablo.
El primer día en la armada lo pasó en el calabozo. Me lo contaba su compañero de celda, también Oficial de la armada como él, y fue por quejarse de algo. Pero su madre, doña Zoila le había dicho que tenía que aguantar estoicamente todos los sinsabores que la vida le habría de traer. Sólo le advirtió que tuviese cuidado con los Bogotanos.
En ese valle del Cauca, las personas tenían miedo a los “señoritos” de la capital, del mismo modo que a los “costeños” nos temían en la Bogotá de los primeros años 70.
Alfonso murió en 1998, unos pocos meses después de mi salida definitiva de Colombia. Fue un desgraciado accidente en su jeep, cuando venía de actuar como inspector naval, tal y como lo venía haciendo desde principios de los años 70. Tenía 75 años.
Su arribada al puerto de Buenaventura fue en 1968, cuando aún faltaba un año para que me graduara de bachiller. En Francia, ese año había empezado una revolución que bien vendría ahora en alguno de los países de sur América. Mi padre intentó que me fuera a Bogotá, pero finalmente seguí en mi colegio de Barranquilla y allí terminé mis años de secundaria en el Biffi-La Salle el mismo año que Armstrong y sus compañeros llegaron a la Luna.
En ese puerto mi padre actuó como Ingeniero naval con una pesquera que quería construir unos pesqueros y posteriormente para una compañía Holandesa que quería reactivar unas instalaciones aeroportuarias, la antigua Scadta, para reconvertirlas en astillero.
Pero la historia que conozco de Alfonso comenzó en 1957, cuando él conoció a mi madre, Ofelia, en Cartagena de Indias, concretamente en Bocachica, cuando él le ofreció su velero, un barco deportivo de la Armada que Alfonso tenía esos días para pasear a su hermano Alberto, recién casado y en plena Luna de Miel, para regresar a Cartagena. Le conocí entonces y recuerdo que yo estaba loco de alegría por poder estar en ese enorme velero capitaneado por el nuevo amigo de mi madre.

Él me abrió los ojos en cuanto a las creencias religiosas. Hoy veo que bebió de las fuentes de Ferrer i Guardia, el gran educador catalán, y de todos aquellos que vieron que la más conspicua de las oligarquías europeas era la catalana. Un epifenómeno de esa oligarquía fue y sigue siendo la colombiana.
Vivíamos entonces en Cali, y mi vecinita española, Rosa María recuerda esa época y la visión de Alfonso, uniformado de oficial y dice ahora que parecía sacado de una película.
En efecto, el oficial naval ganó esa partida al pintor neoclásico español y eso determinó que me fuese a vivir a Cartagena de Indias.
De Cartagena recuerdo mucho a mis compañeros y profesores, y el uniforme de mi padre cuando llegaba de la base naval, blanco o color marrón claro. Tenía dos automóviles, uno de ellos era un chevrolet 56 que trabajaba como taxi y que con el tiempo sería el automóvil de mi padre en Barranquilla. En ese aparato aprendí a conducir bajo la atenta mirada de Alfonso.
Recuerdo que mi padre fue a trabajar a Barranquilla como ingeniero en una empresa de laminados y que fue por poco tiempo hasta que él entró a trabajar en un astillero de Barranquilla, la Unión Industrial y Astilleros.
Cuando llegamos a Barranquilla en 1960 entré al colegio alemán de esa ciudad y tuve mis primeros disgustos como estudiante pues quien me tocó de profesor tenía todo el aspecto de un oficial de las SS, de pequeños ojos azules, calvo y siempre con cara de enfado.
Alfonso me amenazaba tal y cómo se hacía en esa época, por mi poco rendimiento en el colegio, con no darme algo ó con castigarme sin salir a un paseo. Así que tenía un nazi de profesor y un militar recién venido de Boston ejerciendo su labor de padre.
En efecto, Alfonso se había graduado en 1955 en el M.I.T. de Boston, como Arquitecto naval. Siempre pensé que para graduarse en el M.I.T hay que tener una voluntad y un cerebro muy especiales. En esa universidad muestran profesores e investigadores con premios Nóbel y otros premios por el estilo.
Su profesor de construcción Naval era uno de los gurús de la construcción Naval y que con sus libros todos aprendimos: Don Amelio D`argengelo, nacido en Argentina y quien fue el profesor de construcción naval y Teoría del buque de varias generaciones de arquitectos navales del M.I.T. y de las escuelas navales de todo el mundo. Cuando estudiaba en España, los libros de D`arcargelo me recordaban el estudio de Alfonso en Boston.
Siempre le admiré por eso. Y le admiré por su concepto de disciplina personal que yo nunca he seguido. Algún amigo suyo decía que lo suyo no era fuerza de voluntad sino terquedad. Si se proponía algo lo conseguía.
Desde las tablas de multiplicar hasta las ecuaciones diferenciales, mi aprendizaje de las matemáticas fue siempre un asunto que yo relacionaba con Alfonso. Cuando mucho tiempo después yo tenía que lidiar con las matemáticas, recordaba sus enseñanzas y su capacidad de análisis, que no sólo desplegaba en esos asuntos sino en otros más pragmáticos como el trabajo.
El concepto de "inspector independiente" por ejemplo, tenía esas dosis de firmeza moral, justicia y claridad que en las matemáticas tienen un campo natural. Él me explicó alguna vez lo que hacía un notario. Pero ese trabajo era un pálido reflejo de los que realmente tenía que hacer un inspector del American Bureau of Shipping, el NKK el LLoyd de Londres ó el German LLoyd´s .
Recuerdo a Alfonso los sábados en Barranquilla, por la tarde, levantándose de la siesta para empezar a llenar sus formularios de el 5 y 6, una apuesta hípica que tenía por costumbre los sábados, para luego el domingo, en compañía de sus amigos seguir por la radio con mucha atención.
Era un hombre de costumbres sencillas propias de su carácter equilibrado y tranquilo. Se burlaba del comportamiento de los italianos y de los españoles que él tenía como prototipo del hombre inestable y locuaz muy alejado del suyo propio. Pero con el tiempo tanto él como yo vimos que la España de los curas y toreros y la Italia de las óperas y las copas fáciles eran sólo el tópico que había aprendido en su juventud y en la escuela naval de Cartagena. Yo por supuesto tenía la visión de un país manejado por una pandilla de militares energúmenos y muchos tópicos entre pecho y espalda.
Habiendo estudiado yo en España, siempre me dijo que la historia de ese país era la historia de un pueblo nervioso y que yo debía de haberlo notado con tantos separatismos y apasionamientos políticos que amenazaban a un país que no se merecía tantos altibajos. Discutía con él que en Colombia con menos apasionamiento en las personas corría mucha más sangre.
Si bien comencé a estudiar ingeniería en Bogotá en 1970, al año siguiente acordé con mi padre que me iría a España a estudiar ingeniería naval. Lo hice porque ya él había metido en mi mente el amor por los barcos y la vida de los astilleros. Eso determinó mi futuro y si actualmente tengo la idea de haber apostado por el caballo perdedor, creo que mi preparación en ese terreno me permitió tener un mejor criterio sobre el mundo de la técnica y me adentró en el mundo de la historia.
Además me permitió durante más de 15 años estar a su lado y trabajar en los asuntos que eran de su interés especialmente actuando como Inspector independiente para los P&I y las casas clasificadoras de buques que él representaba. Me enseñó a ver los barcos como una interesante entidad jurídica.
Cuando estuve trabajando unos años en Cartagena de Indias, en un Joint-Venture entre el astillero Conastil de Cartagena y un astillero de Holanda, viajé a ese país al principio de los años 80 y eso causó en mi una grata impresión, pues vi en los Holandeses una forma clara de honestidad en el trabajo. Desde rezar al principio de unas reuniones de trabajo hasta el estar pendientes de si una lámina de acero naval no cumplía alguna característica técnica y hacían gastos increíbles para que todo estuviese en el lugar y en las condiciones que habían sido contratadas.
De estas cosas conversaba con Alfonso y me contaba su paso por la universidad y empresas de Boston. La forma de trabajar en Colombia, con escasa carga filosófica sobre el trabajo, la falta en todo momento de moral personal y colectiva en algunas personas y grupos humanos, contrastaba escandalosamente con ese comportamiento calvinista de mis compañeros holandeses.
Pero Alfonso veía que con el tiempo las cosas mejorarían en nuestro país hasta llegar a los niveles europeos. Yo sinceramente nunca lo he visto así y sólo espero que algún día el tiempo le dé la razón.
En el trasfondo de todo eso estaba un concepto profundo que él tenía claro y que lo practicó siempre a lo largo de su actuar profesional y personal: Honestidad.
Es un concepto muy profundo porque todo lo que hoy veo malo en este mundo en mi actuar y en el de mis semejantes, es un problema de honestidad. Desde la honestidad religiosa hasta la honestidad profesional, hay un enorme abanico de campos donde poner en práctica ese concepto.
Quizá el concepto de honestidad y el deseo honesto de ser justo en el actuar día a día, llevaron a Alfonso a ser miembro del Club Rotario de Buenaventura. Lo fue hasta su muerte. Los 16 años que viví en ese puerto tuve la imagen del Club Rotario y mi padre como un sólido vínculo de él y sus compañeros.
En Buenaventura, Alfonso era una auténtica institución. Alguien me dijo una vez, quizá exagerando un poco, que cuando "El Capi" se ausentaba de Buenaventura, el puerto se paraba.
Con el tiempo aprendí mucho a su lado como Inspector naval, y también cuando estuve de Director técnico del puerto comercial. Fue una experiencia interesante y seguí sus consejos técnicos y el enfoque de aquella tarea.
Por algunos años, con un viejo remolcador, el "Punta Campana", sobrante de segunda guerra mundial, con un poderoso motor diesel de 400 BHP y una barcaza comprados ambos con el objeto de llevar aceite de pescado desde Panamá y desde el Ecuador a Buenaventura y mucho cabotaje de gasolina y madera desde y hacia ese puerto. Hubo meses de 3 y 4 viajes redondos.
Su tesón y experiencia en el trabajo junto a mi juventud nos tenían hasta 72 horas seguidas en un trabajo de muchos frentes entre cabotaje, inspecciones y alguna salida al rescate de barcos en dificultades.
Esta tarea al mismo tiempo nos permitió ver muchas cosas desde una perspectiva diferente. Estar al frente de un grupo de duros marineros con problemas graves que resolver en todo momento casi sin medios técnicos, con una orden dada de resolver los asuntos como fuera posible y en el que estaban involucrados asuntos muy costosos en barcos, mercancía peligrosa como dinamita que llevábamos desde Buenaventura hasta los muelles de la Industria Militar, la gasolina o el Kerosén, el salvataje de pesqueros ó barcos mucho más grandes. Alfonso me contó el cuento de “la carta a García” y la entendí solo cuando me tocó resolver problemas de trabajo que yo veía muy por encima de mis capacidades.
Pero todo esto dejó en mi cerebro imágenes hermosas y terribles al mismo tiempo, desde amaneceres en pleno Pacífico ó en las riberas de ríos imposibles, hasta el ver llegar el remolcador solo, con la noticia del hundimiento de nuestra barcaza. Ese duro golpe, debido al mal tiempo en el mar, lo vivimos dos veces, hasta que finalmente el "Punta Campana" trabajó solo, sin barcaza, en varios proyectos, hasta que fue abandonado por falta de trabajo más una dura competencia y se hundió en un muelle de Buenaventura.
Antes de ese hundimiento, Carlos, uno de nuestros expertos marineros murió a bordo del remolcador de un infarto. Ese fue un duro golpe para mi padre y yo, siendo un mal presagio para los días que habrían de venir.
Todas esas cosas, después de días tan llenos de aventuras y trabajo tan interesante, habían creado en mi una gran desesperanza y aburrimiento. Pero Alfonso tenía ese deseo de seguir trabajando sin dejarse deprimir. Para él la depresión era casi siempre una salida fácil de los flojos y vividores.
Alfonso llegó a tener varias propiedades y sin llegar a ser un hombre muy rico permitió que dedicara sus recursos a ayudar a mucha gente. En un momento determinado tenía una finca cafetera, un edificio de apartamentos en Buenaventura, un remolcador con su barcaza, la oficina de servicios navales, un restaurante y una heladería, una taberna al estilo europeo, un camión refrigerador, y otras cosas, que si las tenía era por la visión comercial de mi madre quien en la práctica manejaba todas las cosas.
Cuando él murió sólo tenía su trabajo como inspector naval y la finca que no producía más que gastos y que actualmente es la residencia de mi madre pues ella no soporta vivir en una ciudad sin muchas cosas que hacer como la finca se lo demanda. Alfonso había perdido poco a poco todo lo que había ganado en su vida. También perdió mi compañía y la de mis hijos al huir a esa España que como tabla de salvación no podía ser mejor.
Pero dejó un cariño muy grande entre los suyos, sus compañeros de la armada y del club rotario quienes desgraciadamente ya están desapareciendo poco a poco.
Alfonso tenía el talante de un hombre conservador norteamericano. Recuerdo que en 1967, a la muerte de J.R. Oppenheimer la prensa norteamericana y en especial la colombiana, satanizaba al hombre que había inventado la bomba atómica. El pasado un poco de izquierdas del científico le apartó de los asuntos de estado al frente de la Autoridad atómica y las discusiones en mi casa con amigos de mi padre en esos años, con la guerra de Vietnam de fondo, causaron en mí una especial inquietud. Nuestras discusiones sobre aquello recuerdo que fueron muy acaloradas.
Le gustaba la música norteamericana que seguramente escuchó cuando era un estudiante en Boston. Amante de los boleros antiguos, de la cumbia y de los bambucos, también me enseñó a escuchar la música clásica y en casa constantemente el "toca-discos" nos sumía en las obras de Mozart, Vivaldi, Beethoven, Hendel y en los últimos años de nuestra estadía en Barranquilla escuchábamos a Stochausen, Ligeti, Bulez, y otros compositores de música serial, electrónica y similar. Los boleros lo transportaban a un mundo que sería el mundo de los amores de aquellos hombres que habían nacido en los años veinte. Su amor por los niños era proverbial y su absoluto respeto por las mujeres era típico de los hombres que habían nacido en la década de los 20 en Norteamérica.
Era por lo tanto muy conservador pero de trato agradable, sin dejar ver esa soberbia típica de la derecha militar suramericana ni la autosuficiencia de la derecha europea. Le disgustaba Franco y últimamente después de tantos años de ser partidario de los israelitas tenía un mejor criterio sobre los palestinos.
Esa deriva hacia posiciones más de izquierda coincidió con mi propia deriva hacia posiciones más conservadoras. Así que al final estábamos de acuerdo en muchas cosas que antes nos distanciaban. Me contó cuando había venido a España en un buque de la armada escoltando un buque de la Gran Colombiana con un cargamento de café que Colombia regalaba a la España castigada por su filofascismo en 1946. Se intoxicó con un vino barato y la actitud soberbia de los oficiales de la armada española lo puso en contra del gallego fascista que mandaba en ese país.
Conmigo tenía un trato muy formal. Nunca hablamos de sexo. Nos tratábamos de usted y algunas personas cercanas a ambos vieron un cierto distanciamiento siempre latente en nuestro trabajo y asuntos puramente familiares. Mi madre siempre ha dicho que nos tratábamos como dos personas que se conocen pero no se aprecian. Yo lo sabía pero esa era una pesada loza entre nosotros.
Nunca pude decirle que lo quería más que si hubiese sido mi padre carnal. Por ese agradecimiento que uno siente con las personas que desinteresadamente te han hecho muchos favores durante toda una vida, desde explicarme por qué flota un barco hasta contarme su visión de nuestro país ó desde pagarme una carrera universitaria hasta hacerse cargo de mis deudas cuando yo no pude hacerles frente.
Ayudó así a muchísima gente y siempre estuvo dispuesto a ayudar a sus hermanos y sus familiares de la misma manera que me ayudó a mí.
Su gran amor fue para él mi hija mayor, quien había nacido en Cádiz en 1974, siendo yo aún un estudiante en la escuela naval.
Hasta 1976 que regresamos con mi esposa desde España, mi hija tuvo en sus abuelos la imagen de sus padres.
A la niña la enviamos a Colombia con sólo un año de edad y desde entonces él y mi madre la tomaron como su hija y tanto mi madre como Alfonso la criaron siendo afectivamente más hija de sus abuelos que sus verdaderos padres.
Casi todas las cosas que me interesan hoy fueron puestas en mi mente por Alfonso. Desde la física de partículas hasta el ADN y desde las batallas de Temistocles hasta la historia mundial de la construcción naval. Tenía la enciclopedia británica, que había traído de Boston y me enseñó a consultarla.
Así que el ambiente de estudio en nuestra casa fue de un buen nivel y en esa Barranquilla de los años 60, con el proyecto Géminis norteamericano en curso, mi estudio en el colegio y mis lecturas marxistas, la construcción de pesqueros y remolcadores de río por parte de mi padre y el salón de belleza que mi madre había puesto en nuestra casa, todo esto tiene el sabor en mi mente de una época preciosa que hoy, con los nuevos adelantos de un mundo moderno traen con mucha fuerza la imagen de un hombre que me enseñó a tener esperanzas en el futuro como una forma de hacer frente a las adversidades y a sacar fuerza de flaqueza en el marco de una sencilla filosofía que consiste solo en ser honesto y justo en lo que se piensa, se dice ó se hace.
JUAN JOSE MORENO MEJIA
Hijo de Alfonso Morcillo