No
recuerdo si fue en el Amoco Cádiz o el Aragón. Ambos eran dos enormes
superpetroleros construidos en los astilleros de Cádiz. Esos gigantes
eran para cargar de más de 200.000 toneladas de petróleo crudo. En esa época, la normativa no contemplaba cascos dobles
y la ruta de esos barcos era el Golfo pérsico y los superpuertos de
Holanda y USA. En unas vacaciones de mitad de año, creo que en 1974, me
fui a trabajar en una empresa de pintura que se llamaba Aplico S.A. Así
que en cuanto pude, me puse un pantalón viejo y una camisa raída y
empecé a mancharme de minio. Como era obrero primerizo, me pusieron al
cuidado de otro mucho más veterano, tan veterano que lo primero que me
dijo fue: “a mi me engañan con el sueldo, pero no con el trabajo”…por
eso me enseñó trucos para evadir trabajo. Recuerdo su apellido: Camacho.
Pero a los pocos días me dieron un cepillo eléctrico y me dieron una
zona dentro de la enorme cámara de máquinas, para preparar superficies
metálicas con minio, una capa de pintura previa al esquema de pintura
definitivo.
Algún
supervisor despistado, muy a las siete de la mañana escogió unos
operarios para trabajar en una caja de cadenas. Eso es un enorme tubo
donde se almacena la cadena de la gigantesca ancla del barco. Así que
con un rodillo, y bajando con cuerdas unos tarros de pintura, me
encontré solo, pintando
con rodillo la superficie de la caja de cadenas. No se puso la
ventilación reglamentaria por el acelere del supervisor y Camacho no
estaba vigilante a mi lado. Sin darme cuenta, comencé a caer en una
ensoñación y me senté a jugar con las burbujas de la pintura.
Afortunadamente, otro obrero se asomó a la caja de cadenas y me vió
sentado…me gritó preguntándome que estaba haciendo. Pero
seguramente por mi actitud se dio cuenta que estaba en medio de una
borrachera. Corrió a buscar un supervisor de casco rojo, que eran los
encargados de la seguridad y la salud de los obreros. Cuando me dí
cuenta, un grupo de personas de overol blanco, con caretas antigás, me
estaban colocando un arnés, atado a unas cuerdas gruesas y amarillas. Me
izaron y en una camilla me bajaron desde la superficie del barco al
suelo del astillero. En una camilla me llevaron a una enfermería donde
me pusieron una mascarilla de oxígeno. Cuando recobraba la conciencia,
un supervisor, con una expresión de enfado y con un acento andaluz,
gaditano por
más señas, me espetó: “oye chiquillo hijo de la gran puta… ¿se puede
saber que coño estabas haciendo allí abajo?... te haz podido morir
cabonazo…nos haz puesto a todos a mil…
Me
dijeron que no viniese al día siguiente y que si me sentía bien,
viniese al siguiente. Cuando llegué, me estaban esperando el dueño de
Aplico, un representante sindical, el pobre Camacho, y hasta el
supervisor de casco rojo que me ordenó bajar a la caja de cadenas. Me
dieron una regañina larga y tendida. Pero al supervisor también le
dieron un repaso.
Me
dieron un overol azul, y órdenes para continuar mi labor. Francisco
Franco estaba aún vivo y ya había entrado y salido por su propio pié a
la clínica de La Paz, en Madrid. Por la televisión y los periódicos se
habían encargado las autoridades de mostrar cuan fuerte y rozagante era
nuestro caudillo.
Hoy,
cuando se puede despedir un obrero sin el menor miramiento, con solo
estar de baja dos semanas, y que peligrosamente obliga a los
trabajadores ir enfermos a trabajar para no perder su empleo, es muy
llamativo que el sindicalismo único –sólo había un sindicato y las CCOO y
UGT eran prohibidas- tuviese
una mejor defensa de los obreros que hoy. Los medios contrarios a Rajoy
dicen : “Franco ha vuelto”…yo digo que no es así…quien ha vuelto es
Adolfo Hitler.
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