En 1974, en pleno verano, las
playas de Cádiz estaban llenas. Solo una calle separaba mi apartamento de la
playa. Ese año en enero había nacido mi
hija. Así que era la familia que empezaba a andar por el mundo.
Hubo un eclipse parcial de sol y
ese día nos sorprendió que el calor agobiante hubiera dado paso a un clima
mucho más agradable al menos durante el eclipse.
Años después, lo recordaba en Loboguerrero, un pueblo de
carretera entre Cali y Buenaventura, al que había ido rápidamente porque
las negras nubes amenazaban con no
dejarme ver el eclipse total de sol que se estaba produciendo. Puse mi Jeep al
lado de la carretera y durante el eclipse total de sol noté lo que mi amigo
Jairo, hoy tristemente fallecido, me había vaticinado: Las gallinas se dispondrían
a subirse a sus palos de dormida.
Como todo romántico que se precie,
llevé los cassettes de “Esperando por Custeau” de Jarré. Fui solo porque casi
todo el mundo apostó por que las nubes se retirarían. Así pasó parcialmente y
sí se pudo ver el eclipse total en el
puerto del mar Pacífico colombiano. Yo
no me fié y preferí salir a un sitio seguro sin nubes.
La bola negra que se formaba
lentamente y la entrada de una fugaz noche, con un resplandor ocre en el horizonte, han quedado atados a la música
de Jarré en ese escenario que preparé.
En el medio, la muerte del dictador
Franco, la jura del rey Juan Carlos y posteriormente la venida de ésa época
llamada “la transición”. En 1978, ya estaba en Cali y nació mi hijo mayor. Un
hermoso niño que hoy con 33 años, casado con María, alto y con pelo largo, con
José como no uno de sus nombres, en el pueblo de mi nuera en la semana santa
pasada querían crucificarlo, como hacen cada año en ése pueblo manchego del
centro de España.
Hoy, sentado frente a mi ventana,
donde cada día veo un hermoso atardecer, o desde mi balcón, me veo en la
necesidad imperiosa de contar a mis amigos de FaceBook que se puede siempre
estar en conexión con tu propio cosmos interior. Si bien Nash, el de la mente
maravillosa, después de ser sometido a choques de insulina, coma inducido, para
detener su aguda esquizofrenia, dijo que esa conexión con el cosmos, la que le
permitió desarrollar su impresionante edificio teórico, la teoría de juegos y
manera de ver formas, colores, como un todo matemático.
Quizá no sea así esa conexión con
el cosmos. Quizá la que propongo es más
poética que real. Pero es la única que puedo permitirme. En mi lejana
Barranquilla, cuando leía sobre las asombrosas mentes renacentistas, la vida de
Da Vince, Durero, El Pico de la Mirándola, soñaba con ser algún día así. Pero
lo que Natura no da, Salamanca non lo presta.
Solo escribirlo. Porque las
cuartillas del poeta se perdieron hace mucho tiempo. Y a esta hora, cuando solo
miro el cielo con la apagada esperanza de que de él vengan nuestros hermanos
mayores. Y que mis ojos puedan verlo antes de que la apagada no sea solo mi
esperanza.
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