En Barranquilla, 1960, la ciudad se mostraba muy tranquila.
Al menos así la percibía yo. Al venir mi padre procedente de la armada
nacional, unos amigos le recomendaron una pensión en la arenosa que era muy a
la altura de sus menguadas finanzas. No podía abandonar la armada hasta cumplir
unos años de servicio a la institución, después que el gobierno de Gustavo
Rojas Pinilla lo hubiese enviado al Massachssetts Institute of Technologics, a
estudiar Arquitectura Naval. Pero mi madre lo convenció de dejar la Armada en
cuanto pudiese. Pero los superiores de mi padre no lo perdonaron y le dieron de
baja antes de cumplir el tiempo que le
permitiese recibir una pensión vitalicia por parte del gobierno colombiano.
Esa pensión era de una señora alemana, que se encontraba en
una enorme casa del barrio de El Prado, decorada con grandes abanicos
eléctricos en el techo que también tenía lujosas lámparas de cristal, un patio
grandísimo que tenía gallinas y conejos. Las empleadas y la dueña vestían
uniformes blancos y ella presidía la mesa del comedor donde a la hora del
almuerzo y de la cena había una vajilla de porcelana alemana y cubiertos de
plata. Los muebles de madera de colores rojizos y brillantes los recuerdo como
muy lujosos y grandes.
A unas dos manzanas se encontraba el colegio alemán y la
dueña de la pensión recomendó ese colegio para mí. A los 10 años todavía me
orinaba en la cama, con que mi madre con mucha vergüenza tenía que poner una
manta de caucho debajo de la sábana. Es muy conocido ahora que el origen de
este problema de los niños se esconde en una niñez de maltratos y privaciones.
Pero es precisamente al contrario de mi caso pues lo que hubo siempre es una
sobreprotección. No parecía que lo de orinarme en la cama fuese por violencia.
Pienso ahora que la causa era mucho más sencilla: pereza de levantarme. El niño
lo que tenía era solo una enorme flojera. Pero se acabó en esa pensión mi
flojera con la amenaza de mi padre de contarlo en el colegio a las niñas. Santo
remedio.
Pero con los años, quizá por loa profusión de niñas rubias
en mi temprana niñez en Cali y después en el colegio alemán, me quedó gustando
esa opción. A mediados de los años 60´s, vi una película con la actriz alemana
Elke Sommer. “El Premio” era una película donde se da el premio Nobel de
literatura a un borracho americano que descubre una trama soviética, muy a la
usanza de la candente guerra fría de esos tiempos. El borracho es Paul Newman y
Elke Sommer es la ayudante sueca del premiado.
Poco tiempo después, quizá en 1968, en el cine Coliseo de
Barranquilla vi la película Belle de
Jour, donde Buñuel dirige a Catherine de Neuve, en una obra que en la España de
Franco no se vió hasta después mnuerto el dictador, tal como ocurrió con El
Gran Dictador, con Charles Chaplin, que pudimos ver en España solo en 1976. El
mismo año que salí de España hacia Colombia.
Con los años, en la mirada de la europea Catherine De Neuve,
veo un parecido con la medio árabe Shakira. Juzguen uds. mismos. Como en la
película de Billy Wilder, los caballeros las preferimos rubias.
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