Ya he escrito sobre mi llegada a
Madrid en 1972. Lo que quizá no mencioné, es que una de las primeras cosas que
me impresionó de esa enorme capital fueron sus atardeceres. El color del cielo
era de un azul que nunca había visto. Oscuro
y que le robaba tonos a un gris plomizo. Como siempre, Venus adornaba
aquello de forma muy coqueta. No era como mis tardes rojizas en la avenida
Olaya Herrera de Barranquilla. Quizá faltaba el sabor de la amistad, pues al
llegar, también eché de menos el estar acompañado. Tendría que comenzar a
conocer otra forma de ver la juventud. Y otra forma de estar solo. La pensión
de estudiantes, en la calle Conde Xiquena, estaba a pocos metros de la conocida
estatua “La Cibeles”. Precisamente en ese sitio, en la esquina del entonces
ministerio del ejército, viendo el palacio de comunicaciones, fue cuando el
cielo me pareció algo esplendoroso.
Algún tiempo después, ya la familia
Serrano, con un hermano del padre en Buenaventura, y a la que traía una gran
bolsa de café torrefactado, me habían enseñado las formas de dirigirme a las chicas y el
significado de la palabra “ligar”, ir de “ligue”, y quizá por broma, me dijeron
que en cuanto me gustara una chica, en un bar, me dirigiera
a ella sin la menor vergüenza….quizá por
mi acento, las pobres chicas se quedaban
con la boca abierta. Pero sí es cierto que en pleno franquismo, con una moral
ultracatólica, la juventud -sobre todo
las chicas- vivía de espaldas a esas costumbres. Así que era fácil ligar,
aunque el sexo no estaba en primera línea. Primero había que vender la propia
imagen y ser, además de parecer, un caballero. Era muy común decir que las
chicas eran más europeas que los chicos.
No había moteles ni hoteles clandestinos para parejas. En los hoteles pedían
“Libro de Familia” que era la prueba documental de que una pareja estaba
casada.
Los hermanos Serrano, un día me
llevaron a una discoteca “abierta” y
allí pase una de las vergüenzas más grandes. Estaba tomando una copa en la barra y noté que de una mesa unas chicas me miraban
y se reían. Yo por supuesto me puse en
plan de “ligón”. Así que las saludé con la mano y me dispuse a sacar lo mejor
de mis encantos. Para eso me fui al baño. Mi sorpresa es que al estar frente al
espejo, vi como mi camisa blanca -llvaba chaqueta y corbata- salía por
mi bragueta y nunca supe desde qué momento. Así que pedí la cuenta y me
fui con el rabo entre las piernas, el orgullo herido. Los hermanos Serrano me
llamaron por teléfono asombrados de mi abrupta partida.
En las primeras noches que
pasé en la pensión, fui mucho a cine. Salí
a pasear por los alrededores. La calle Hortaleza fue muy recorrida por mi.
Tenía una radio pequeña que compré al llegar. También era un reproductor de cassettes. Recuerdo que
me recomendaron una tienda, muy cerca de la plaza de Callao, llamada “Alfa
Yébenes”. Allí compré cintas de música.
En la televisión estaban poniendo Zarzuelas. Por eso compré algunas famosas
clásicas de ése género.
Por la radio escuché de un lío con
el Presidente Nixon. En el complejo residencial Wategate de Washington, había
sido sorprendido un grupo de personas espiando en unas oficinas de los
demócratas.
Con el tiempo, ya estando en el
apartamento que compartía con mis amigos de la Escuela Naval, leyendo las
revistas Indice y Triunfo, el periódico Pueblo y escuchando la radio, me hice
casi un experto en el tema y todos me hacían preguntas.
Me había ido a Cádiz, pues la
carrera era solo de 3 años y no de 5 como la Escuela Naval de Madrid que era
una Escuela superior de ingenieros.
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