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miércoles, julio 4

El cielo de Madrid.


Ya he escrito sobre mi llegada a Madrid en 1972. Lo que quizá no mencioné, es que una de las primeras cosas que me impresionó de esa enorme capital fueron sus atardeceres. El color del cielo era de un azul que nunca había visto. Oscuro  y que le robaba tonos a un gris plomizo. Como siempre, Venus adornaba aquello de  forma muy coqueta.  No era como mis tardes rojizas en la avenida Olaya Herrera de Barranquilla. Quizá faltaba el sabor de la amistad, pues al llegar, también eché de menos el estar acompañado. Tendría que comenzar a conocer otra forma de ver la juventud. Y otra forma de estar solo. La pensión de estudiantes, en la calle Conde Xiquena, estaba a pocos metros de la conocida estatua “La Cibeles”. Precisamente en ese sitio, en la esquina del entonces ministerio del ejército, viendo el palacio de comunicaciones, fue cuando el cielo me pareció algo esplendoroso.

Algún tiempo después, ya la familia Serrano, con un hermano del padre en Buenaventura, y a la que traía una gran bolsa de café torrefactado, me habían enseñado las  formas de dirigirme a las chicas y el significado de la palabra “ligar”, ir de “ligue”, y quizá por broma, me dijeron que  en cuanto  me gustara una chica, en un bar, me dirigiera a ella sin la menor vergüenza….quizá  por mi  acento, las pobres chicas se quedaban con la boca abierta. Pero sí es cierto que en pleno franquismo, con una moral ultracatólica, la juventud  -sobre todo las chicas- vivía de espaldas a esas costumbres. Así que era fácil ligar, aunque el sexo no estaba en primera línea. Primero había que vender la propia imagen y ser, además de parecer, un caballero. Era muy común decir que las chicas  eran más europeas que los chicos. No había moteles ni hoteles clandestinos para parejas. En los hoteles pedían “Libro de Familia” que era la prueba documental de que una pareja estaba casada.

Los hermanos Serrano, un día me llevaron a una  discoteca “abierta” y allí pase una de las vergüenzas más grandes. Estaba tomando una copa en la  barra y noté que de una mesa unas chicas me miraban y se reían. Yo por supuesto  me puse en plan de “ligón”. Así que las saludé con la mano y me dispuse a sacar lo mejor de mis encantos. Para eso me fui al baño. Mi sorpresa es que al estar frente al espejo,  vi como mi camisa blanca  -llvaba chaqueta y corbata-  salía por  mi bragueta y nunca supe desde qué momento. Así que pedí la cuenta y me fui con el rabo entre las piernas, el orgullo herido. Los hermanos Serrano me llamaron por teléfono asombrados de mi abrupta partida. 

En las primeras noches que pasé  en la pensión, fui mucho a cine. Salí a pasear por los alrededores. La calle Hortaleza fue muy recorrida por mi. Tenía una radio pequeña que compré al llegar. También  era un reproductor de cassettes. Recuerdo que me recomendaron una tienda, muy cerca de la plaza de Callao, llamada “Alfa Yébenes”. Allí  compré cintas de música. En la televisión estaban poniendo Zarzuelas. Por eso compré algunas famosas clásicas  de ése género.

Por la radio escuché de un lío con el Presidente Nixon. En el complejo residencial Wategate de Washington, había sido sorprendido un grupo de personas espiando en unas oficinas de los demócratas.

Con el tiempo, ya estando en el apartamento que compartía con mis amigos de la Escuela Naval, leyendo las revistas Indice y Triunfo, el periódico Pueblo y escuchando la radio, me hice casi un experto en el tema y todos me hacían preguntas.

Me había ido a Cádiz, pues la carrera era solo de 3 años y no de 5 como la Escuela Naval de Madrid que era una Escuela superior de ingenieros.




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